lunes, 5 de marzo de 2007

HISTORIAS DE LA GUERRA

PRIMERA Consumo sólo recuerda luces de colores, como fuegos artificiales en la capital.
Sabía que estaban en guerra, pero no la sintió como tal.
Habló de la izquierda como vendidos, los mismos manipuladores que los de Arena.
Aún así, no habló mucho.

SEGUNDA Blanca, era la hija gorda y consentida del ministro de defensa en tiempos de guerra.
Cuenta jocosa que de pequeña era traviesa y una vez regó por el piso la lata de aceite de seis dólares la onza.
¿Guerra? ¿Qué guerra? ahora sus queridos papás que la toleran, aún siendo lesbiana, viven a caballo entre Nicaragua y El Salvador, porque antes tenían cafetales, pero ahora, la tierra ya no da, aunque no explicó si porque el pueblo la compró, o porque las buenas gestiones militares que quemaron el 95% de las tierras, para sacar a golpe de pirómano a los guerrilleros, las arruinó.
Blanca, dice ser una rebelde y justa persona, porque paga a sus trabajadores, los estipulados
120$, aún cuando la canasta básica sean 600$.
Orgullosa de su condición, paga 1000$ por un perro, y otros tantos en ir a Francia y comprar lirios, para cortejar a su enamorada.
Paga 700$ por 5 horas en el hospital, para que le hagan un lavado de estómago a su hermana, porque la pobre no sabe beber tequila.
Y muy humildemente, dice que no se lo cuenta a su papá, que tiene la casa en la zona intocable, de rica, en la capital, y duerme tranquilo, porque está mal del corazón y no lo quiere matar.
¿Guerra? ¿Qúé guerra?

TERCERA Marta, Rafael, Melvin, Amada..... eran universitarios de Sensunte en la capital.
Su ciudad estaba tomada y sólo los militares molestaban cuando buscaban algún subersivo en las casas.
Como el caso del hermano de Amada, que afortunadamente había sido avisado y huyó. Pero el susto de los cañones apuntando a su cabeza, y a la de su familia, aún la hace llorar.
Marta nos cuenta como envolvían los libros como regalos y les arrancaban las pastas y los títulos; como escondieron lecturas prohibidas; como desaparecieron profesores y amigos.

CUARTA Lita vivía en Santa Marta, en alguna hacienda o cantón cercano.
Las tierras eran de dos señores, y ellos se alquilaban.
Dice, con lágrimas en los ojos y en el alma, cómo pasaron el Lempa; después de la política de terror implantada por el gobierno; nos cuenta la matanza, la masacre en el río, nos cuenta como parió a la luz de un candil, con cesárea y un médico internacional.
Pero no nos cuenta que fué de esa hija que ahora tendría 25 años.
Marina, la segunda, que ejerce de anfitriona, continúa la historia con una sonrisa que enmascara ese dolor, que no se puede explicar; de cómo algunas familias que con 8 ó más hijos, abandonaron algunos, por salvar a los otros.
Habla de embarazadas rajadas, de desaparecidos, de mutilados.
Habla sin llorar, mordiéndose la lengua.
Ella nació en Mesa Grande, el campo de refugiados de Honduras, rodeados de palos blancos que si te atrevías a cruzar, allí mismo te balaseaban.
Habla de epidemias, que durante tiempo se llevaba a 7 u 8 personas diarias.
Habla del regreso. De la organización, de la comunidad, y se lamenta de no estar en la universidad.
Retoma la historia Lita, album de fotos en mano, pero sólo cuenta aquellas dónde aparece ella ó Marina; las demás las pasa rápido; sin mirar, sin recordar; sin contar.
Le duele el pie, y la vida

QUINTA Sandra nos da la carpeta de memoria histórica, sólo siete relatos de los muchos recogidos, pero es un trabajo voluntario y el tiempo no da para hacer las transcripciones de la cinta al papel.
Siete historias; la del guerrillero, el mutilado, la campesina que hasta el final no sabía de que se hablaba, el panfletero....
Y luego Sandra nos cuenta la suya.
De cómo se organizaron en el campo de refugiados, de cómo de 12 hermanos quedan cinco.
Y de la familia extensa, sólo la suya, mutilada para siempre, de cómo casi la adoptan, porque nadie la reclamaba.......


Y a estas horas del día, ya no sé cómo sentir. Sólo recuerdo que estábamos haciendo por aquellas fechas.
Disney World y el Mundial del 82, camiseta azul marina de naranjito y ese jugo rojo horrible que me empeñé en que me compraran, y no me lo quería terminar...

1 comentario:

miguel dijo...

Palabras que se indigestan, experiencias aterradoras.

Y sin embargo.

Cuando ven la luz remueven conciencias.

Cuando son transmitidas se recupera y dignifica la memoria. Y de está manera evitamos esa doble y trágica muerte. La inexorable y la posterior, la del olvido.

Muchas gracias. Espero que seaís conscientes de todo lo que estáis haciendo.

Besos!!